Las varas de Pablito

 

Fabiola Etayo.- De avellano, de castaño o roble, el bordón es, junto con la concha y la calabaza, un inseparable compañero del caminante hacia Compostela. Sin su apoyo, las caminatas se hacen más incómodas, el cansancio llega rápido y las rodillas y la espalda se resienten. Sin embargo, muchos peregrinos aguantan las primeras etapas del camino francés sin él. Prefieren esperar hasta Ázqueta, un pequeño pueblo a 7 kilómetros de Estella donde vive Pablito Sanz, un hombre que lleva más de 30 años regalando sus varas de avellano a los peregrinos.

 

Pablito sonriente en su casa de Ázqueta

Pablito sonriente en su casa de Ázqueta. F.ETAYO

Pablo, ¿y cómo le dio por regalar varas?

¡Pablo no! Pablito.

¿Por qué Pablito?

No me gustan que me llamen Pablo porque yo no me llamo así. Cuando vienen a Ázqueta y preguntan por Pablo yo les digo que Pablo no existe. Existe Pablito.

¿Y por qué Pablito empezó esta aventura de las varas?

Desde siempre me había fijado en que los caminantes llevaban consigo palos que no eran nada apropiados para el camino. Bastones que eran perjudiciales para la espalda de los peregrinos y que además entorpecían al caminante durante su travesía. Por eso, de camino a un cumpleaños me encontré en la zona de Belate con unos avellanos muy bonitos de los que se podían sacar unas varas muy buenas. Entonces pensé que podría hacer algo. Regalarlas a los peregrinos que pasaban por mi pueblo. Ese día, ayudado por mi sobrino, corté unas 80 varas y las traje a Ázqueta en mi Seat 127. Duraron menos que un Chupa Chups en la puerta de un colegio.

¿Y cuántas ha repartido ya?

Nunca he llegado a contar las varas que cortaba ni las que traía. Ahora tampoco me voy a poner hacerlo. Siempre lo he calculado a ojo. En estos años habré regalado unas 30.000 varas. Cada año varía, pero suelen rondar las mil anuales. Aunque es verdad que ahora intento traer más que hace 30 años porque la fama de Pablito,” el de las varas”, se ha extendido mucho.

Imagino que los peregrinos se sorprenderían mucho con el regalo…

Sí. Antes se sorprendían mucho porque no entendían por qué lo hacía. Tampoco me conocían ni habían oído hablar de mí. Me imagino que alguno pensaría que estaba un poco loco. Ahora, en cambio, ya soy conocido. En mi pueblo soy el hombre que da palos y en el camino ya soy conocido como Pablito “el de las varas”. También llegan otros que han oído hablar de mí, pero que creen que no existo. Cuando les regalo una dicen: “¡Anda, es verdad que las regala!” 

¿Y qué le dicen ahora que saben que existe?

Muchos me cuentan que han aguantado sin comprarse una vara en Pamplona porque querían que yo se la regalase, a pesar de que hacer el Camino sin ese apoyo es mucho más duro y pesado. Se nota sobre todo en la pesadez de las rodillas y en lo cargada que acaba la espalda. Pero prefieren aguantar porque a 40 kilómetros estoy yo esperándoles. También hay algunos que vienen con unas varas muy modernas y especificas para caminar con antideslizante en la muñeca o plegables para que en algunos tramos no les molesten. Pero ellos me las cambian por mis varas de avellano. Y eso es lo que más me llena.

¿Y cómo hace para encontrarse con ellos?

Yo me siento en un banco a la entrada del pueblo, por donde pasan ya agotados los peregrinos que vienen de Estella. Les espero desde primera hora,  que es la más frecuentada. Muchos días desayuno mirando por la ventana porque desde mi casa se ve el camino por donde pasan los peregrinos y si les veo salgo corriendo para encontrarme con ellos. Pero no a todos les regalo varas.

¿A no? ¿Y que más regala?

Pues hace años preparaba café. A unos les invitaba a comer y a otros les daba agua fresquita. Sobre todo en verano porque el calor es insoportable. Este es un pueblo muy pequeño y no hay restaurantes ni albergues así que también daba cobijo a quien llegaba a última hora y no tenía dónde dormir.

Pablito de joven en corral de su casa donde prepara las varas

Pablito, de joven, en el corral de su casa donde prepara las varas. PABLO SANZ

¿Y tenía sitio para todos?

Por supuesto. Donde caben dos caben tres. Mi mujer preparaba la cena y luego nos quedábamos hablando y cantando con los caminantes. Pero esto, que era algo ocasional, empezó a convertirse en costumbre y hubo que pararlo. Mi mujer me dijo que ya no metíamos a nadie más en casa. Y tenía razón porque ya no solo venían a pedirme las varas o un poco de agua, sino que llamaban para reservar sitio para dormir en mi casa. Hay personas que abusan mucho.

Quizás eso sea la parte mala de esta aventura…

No, a mí no me sentaba mal que de vez en cuando se quedasen a dormir pero que mi casa pareciera un hostal, no. Lo que sí que me sienta mal es que vengan peregrinos a pedirme varas para otras personas. O que me las quieran pagar. Es algo que no entiendo. Yo siempre les digo que si quieren varas que vengan a hacer el Camino porque las varas que regalo son para eso. Pero eso no me ha impedido seguir saliendo cada día a la entrada de Ázqueta a regalar varas o conchas.

¿También conchas, Pablito?

Soy una caja de sorpresas, ¿verdad? No a todos les regalo varas. Tengo la suerte de poder sellar la credencial con mi propio sello. Y los peregrinos que lo saben me lo piden. A otros les enseño la Iglesia porque el párroco me dejó las llaves para quien quisiera verla. Y si tengo conchas también regalo o intercambio con los peregrinos.

¿Me imagino que las conchas no las fabricará, no?

(Risas) No, las conchas me las envían desde Galicia. Las guardo en la parte de atrás de mi casa junto con todas las conchas y palos que intercambio con los peregrinos. Tengo una especie de museo que a lo largo de estos 30 años ha ido creciendo y está lleno de historias y momentos preciosos.

Lo guardará con cariño….

Sí, es algo de lo que me siento muy orgulloso, de poder formar parte de tantas historias. Y de que esas historias también formen parte de mí. Pero no solo tengo conchas o palos. También cartas, viseras, santos…Los caminantes me hacen muchos regalos. Hay peregrinos que vienen exclusivamente a conocerme y hablar conmigo y eso para mí es muy gratificante.

Pablito antes de entregarle la vara a un peregrino

Pablito antes de entregarle la vara a un peregrino. PABLO SANZ

¿Qué es lo que más le gusta de sentarse a esperar a los peregrinos?

El poder hablar con ellos. Que me cuenten lo que les ha pasado a lo largo de su peregrinaje. Que nos contemos historias. También me gusta cantar con ellos. Sé muchas canciones del camino y si ellos no se las saben yo les canto para que las aprendan.

Pero desde hace un tiempo esto ha cambiado mucho. Ya casi nadie quiere hablar, cada uno va a lo suyo. Muchos vienen a pedirme la vara y se van. Da un poco de pena porque lo más bonito de hacer el camino es conocer a la gente que pasa por él. Entablar conversaciones y sobre todo escuchar lo que te quieren contar.

¿Y esto se lo dice a los peregrinos?

Sí, yo les digo que las cosas han cambiado mucho. Algunos están de acuerdo conmigo y compartimos opiniones, incluso, nos ponemos a debatir.

¿Se ha convertido esto en un compromiso personal con el peregrino?

No. Es algo que ya forma parte de mí. Me gusta hacerlo. Me llena. A mí no me supone ningún esfuerzo porque es algo que me enriquece. Yo veía que los peregrinos llegaban con palos malos o palos de esquiar y decidí empezar con esto. Se trata más bien de un hobby que de una obligación. A mí me gusta despertarme por la mañana y mirar por la ventana a ver si pasa algún peregrino. Y aunque esto me ha supuesto algún disgusto por problemas no quiero dejar de hacerlo.

¿Qué problemas?

Problemas para cortar las varas del avellano. El Gobierno de Navarra me dijo que no podría cortar sino pedía permiso. Y después debía esperar a que éste me autorizase.

¿Pero al final le han autorizado?

Bueno, conseguí una autorización del Gobierno de Navarra. El problema es que el ayuntamiento de cada pueblo al que voy me obliga también a pedir antes permiso para llevarme las varas. Y claro, unos me dicen que sí, pero otros me lo impiden. Y con mi edad eso me supone un problema mayor. No me dejan hacer algo bonito tranquilamente.

¿Y este hecho le ha impedido regalar varas?

Claro. El año pasado me dieron permiso en julio gracias a un secretario que vino a Ázqueta, pero para entonces ya habían pasado muchos peregrinos a los que no les pude regalar nada. Ellos me preguntaban por qué no podía cortar las varas en el monte y yo les dije que me tenían que dar permiso en los ayuntamientos de alrededor. Los peregrinos no lo entendían. Yo lo sigo sin entender. pero es lo que toca y hay que acatar las normas.

¿Después de formar parte del Camino se ha atrevido hacerlo alguna vez?

Sólo lo he hecho una vez. Y de eso hace ya muchos años. Ahora me basta con estar aquí en Ázqueta esperando a los peregrinos que vienen. Hablar y cantar con los que pasan. A veces si veo que pasan pocos me voy a los albergues de alrededor a verles y a conversar con ellos.

Pablito, lleva usted más de 30 años siendo una parte importante del Camino. Le habrán hecho algún homenaje.

Sí, en el año 2003 la Asociación del Camino de Santiago de Estella me hizo un homenaje y me regaló una placa en reconocimiento y agradecimiento a la labor que hago en apoyo del Camino y de sus peregrinos.

¿Y esos peregrinos le han hecho algún homenaje a usted?

Tengo un libro de firmas en la entrada de mi casa.Ahí me escriben lo que quieren. En general, me escriben mensajes de agradecimiento por lo que les doy, aunque debo decir que algunos están en otro idioma y no los entiendo. Además, me hacen todo tipo de regalos como los bastones de esquiar  o esculturas del Apóstol. Tengo una visera del Barça firmada por un peregrino que hacía poco había ido a ver la final de la Champions en Londres. Otros me escriben cartas o me mandan regalos cuando llegan a Santiago.  Aún así, como siempre digo, para mí el mayor homenaje es que la gente se pare a hablar conmigo cuando les regalo las varas.

Y tú, ¿conoces a Pablito o has oído hablar de él? Muchos de los caminantes del post  Las caras del Camino pasaron por Ázqueta y conocieron al hombre que ha hecho de las varas, una nueva señal de identidad propia del Camino de Santiago. Junto con las flechas, las varas se han convertido en un aliado esencial para llegar a Santiago.

Standard

Leave a comment